el 5º mosquetero canicas artículos prensa

Siendo niño yo quería, cuando fuese mayor, ser como él. Fue mi primer ídolo real en cierta medida; lo tenía todo. Era valiente, simpático, atractivo, un estupendo espadachín, le gustaban las chicas guapas y él a ellas, luchaba contra los malos (esos a los que no vi trabajar nunca) y defendía a los buenos (los que estaban todo el día doblando el espinazo en posadas o haciendas). Parecía honesto, buena persona, leal y comprometido. Además, era un líder para sus compañeros de aventuras. Sin saber muy bien cómo calificar a mis 7 años aquellas gestas, sí sabía que eso era lo que le diferenciaba de los malandrines, de esos que se lo querían cargar y que solo a veces aparentaban ser buena gente. Pero lo que más acrecentaba la sana envidia que le tenía era que cabalgaba a lomos de un caballo precioso en el que se montaba por detrás, saltando sobre él como nosotros hacíamos, con el potro, en clase de gimnasia. ¡Las veces que intenté hacer lo mismo que él y los costalazos que me di! Menos mal que luego, al jugar con mis amigos de colegio al churro va, me desquitaba, aunque entonces era la espalda la que a menudo pagaba los sueños imposibles de aquel mal aficionado a mosquetero justiciero.

La primera vez que escuché una de las sintonías de la serie se me grabó; fui al piano y al rato ya la tocaba, jugaba con ella y le cambié el acompañamiento. ¡Ya era también mía! Al día siguiente di otro paso más. Si yo de mayor sería mosquetero —¡el 5º!—, debía, desde ya, poner mi granito de arena en la empresa; me pasé una tarde entera creando una letra para esa melodía, persiguiendo un doble objetivo: contar la verdadera historia de los mosqueteros y resaltar sobre todo al gascón y a Athos, mis preferidos. Sin embargo, algo me descolocaba en todo ello y fue años después cuando, tristemente, encontré la respuesta. Si Richelieu era cardenal, ¿por qué era tan malo? No era de recibo su actitud. Además, ¿por qué él quería que los mosqueteros muriesen si estaba claro que eran superhombres? ¿Acaso alguien los había visto, en alguna ocasión, yendo al aseo como sí de seres normales se tratase? Yo no. ¡Y anda que no estuve atento a ello en todos y cada uno de los capítulos!

Más de medio siglo después sigo soñando con D’Artagnan aunque ahora monto, solo en contadas ocasiones, en una bicicleta estática que me provoca mayor dolor de posaderas que aquel potro del colegio. ¡Para que luego digan que hay que perseguir los sueños!

LA TRIBUNA DE CUENCA