Mi San Mateo canicas artículos prensa

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Nunca he sido especialmente vaquillero, para qué engañarme. Mientras otros se entregaban a la fiesta en San Mateo, de joven y en esas fechas, cogía mi mochila, calzaba mis botas de montaña y escapaba al monte, que siempre me ofrecía vivencias más reales (y menos resacas). Cierto es que de vez en cuando asomaba por la casa de mi abuela Teresa, Celia y Mari Tere, con su imbatible vista de la Plaza Mayor y una merienda de lujo, viendo las vacas desde la barrera. Pero, sinceramente, el monte siempre ha tenido para mí más encanto que el barullo repentino y el gentío.
Hace más de 40 años, cuando las leyes no eran tan estresantes, algo marcó para mí tan señaladas fiestas. Nos enteramos de que el ayuntamiento subastaba los puestos de los baretos que, ya por entonces, brotaban como hongos en dichas fiestas. Dos amigos y yo —¡con nuestras novias!— nos lanzamos a la subasta y conseguimos hacernos con uno. Con palos, cuerdas, arpillera, cajas y bidones montamos un chiringuito en la zona de San Miguel, sobre suelo de tierra, como si de una construcción de alta montaña se tratase. Pasamos tardes interminables vendiendo bocatas de panceta, chorizos, morcillas, zarajos… ¡y cerveza sin fin!, antes de llegar agotados a las noches. Y sí, después había que quedarse a dormir allí mismo, entre fresquete, risas y mucho cansancio. Para colmo, uno de mis amigos, bajando desde “la plaza” cajas de botellines, resbaló y se destrozó la curcusilla del culo, lo que condicionó bastantes sus —nuestros— movimientos basados en, cada jornada, limpiar, reponer bebidas, comidas, vender… ¡y vivir el ambientazo! Vamos, ¡la principal ley que marcaba el sentido común! La experiencia fue única y lo más relevante fue que, entre tropiezos y risas, sobrevivimos a aquella maravillosa locura… y de paso nos sacamos algún dinerillo.
¿Volvería a hacerlo? Sin duda. La vida se mide en momentos absurdos y en otros que arrancan sonrisas, incluso al pensar en las agotadoras jornadas entonces vividas y los infinitos ataques de risas sufridos. Entre fiesta y campo, cerveza y mochila, en aquella ocasión opté —¡afortunadamente!— por mi caos auténtico; mi San Mateo.
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22/09/2025