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Restituto Navarro llega a Cuenca en 1949.

Música, vida y memoria en la Catedral de Cuenca

La luz sonora de la catedral conquense acaricia cada piedra recordando a quien, durante lustros y a mediados del s. XX, fue su alma sonora: Restituto Navarro. Sacerdote y músico, entrelazó su existencia con la de su ciudad adoptiva, Cuenca, dejando una estela de humanidad y arte que sigue vibrando en el aire que respira quienes le trataron. Testimonios colmados de cariño y respeto surgen por doquier; se escuchan en antiguos alumnos suyos, aparecen en cuadernos de partituras, se leen en los ecos de la historia musical de la ciudad… 

Raíces de una vocación

Restituto Navarro nace el 27 de mayo de 1912 en Gea de Albarracín (Teruel), en el seno de una familia humilde sacudida pronto por la adversidad. Hijo de Pedro —labrador— y Petra, apenas cuenta con dos años cuando pierde a su padre y a una hermana recién nacida. Esa infancia temprana, teñida de dolor, moldea su carácter y alimenta una sensibilidad especial: aprende a transformar la soledad en música y el sufrimiento en ternura. A los 11 años siente cómo las vocaciones religiosa y musical llaman a su puerta. A esa edad se interna en el Seminario de Teruel para, pronto, avanzar con éxito por los estudios musicales que cursa en Valencia absorbiendo los saberes de maestros como Ángel Mingote y Manuel Palau. Su primer artículo, escrito siendo un adolescente, ya revela su inquietud por aunar música y fe.

Un sacerdote entre dos tierras.

Ya en edad adulta, en él despierta la vocación sacerdotal con claros compromisos educativo y musical. Recorre parroquias y pequeños pueblos de Teruel y Valencia, desarrollando una pastoral de cercanía, confianza y escucha. La Guerra Civil lo sorprende en Teruel. En una acción valiente y arriesgada, se disfraza de fotógrafo para cruzar a la zona nacional, poder ejercer su ministerio como capellán de batallón… y salvar su vida. Los años de conflicto ponen a prueba su temple y humanidad: celebra misa en condiciones difíciles, al tiempo que socorre a soldados a los que escucha y acompaña en las noches inquietas que se viven en el frente. Su gesto solidario, el consuelo ofrecido y la sonrisa franca le hacen ganar el respeto de sus compañeros y el cariño de quienes encuentran en él un sólido apoyo. Finalizada la guerra, vuelve a ejercer en pequeñas parroquias, mientras incrementa sus estudios musicales y cursa estudios de Composición. Es en esos años cuando recibe premios por sus primeras composiciones religiosas y zarzuelas, al tiempo que inicia su labor divulgadora sobre el folclore aragonés.

Cuenca: el arte de construir comunidad.

En 1949 llega a Cuenca tras obtener por oposición la plaza de maestro de capilla de la catedral. Su llegada significa un antes y un después para la vida cultural y religiosa de la ciudad. Impulsa la Schola Cantorum, dirige coros, revitaliza fiestas y celebraciones, anima a la comunidad a descubrir el gozo del canto y la colaboración… A lo largo de los años multiplica sus actividades siendo profesor del Seminario de San Julián, asesor musical de la Sección Femenina, crítico en la prensa local, capellán y profesor del colegio de las Josefinas, responsable del archivo musical catedralicio y referente obligado para toda una generación de músicos conquenses. Su influencia trascenderá la técnica enseñando desde la paciencia, la generosidad y el sentido del humor, emergiendo aún hoy, medio siglo después de su fallecimiento, anécdotas que ilustran su ternura y comprensión. Especialmente emotivas son aquellas que todavía recuerdan quienes con él fueron seises catedralicios; ante las bromas que estos le gastan, siempre responde con una sonrisa o un guiño de indulgencia, consciente de que la riqueza humana supera cualquier norma.

Comprometido con la memoria y la música.

Restituto —en Cuenca es conocido como don Restituto o, simplemente, don Resti— no solo interpreta y compone; además se convierte en custodio del patrimonio secular musical e incansable investigador. Elabora el catálogo musical del archivo de la catedral conquense y publica un primer y fundamental estudio sobre los maestros de capilla conquenses, rescatando partituras y estilos olvidados. Contribuir a instaurar el Instituto de Música Religiosa de Cuenca se convierte en una de sus mayores hazañas; desde él asume la recuperación de partituras de música sagrada ya olvidadas, poniendo de manifiesto que no hay nada más moderno que echar la vista atrás y recuperar la solemnidad perdida. No olvida sus raíces aragonesas y a menudo recopila y adapta canciones populares, tanto de su tierra natal como de su adoptiva Cuenca. Sus composiciones para varias voces y sus armonizaciones de villancicos y canciones folklóricas servirán para asentar las voluntades de quienes aman su tierra y sus más perennes tradiciones.

Un legado tejido de afectos

Durante más de 25 años don Resti es la presencia bondadosa y constante en centros educativos y espacios sagrados. Su magisterio trasciende lo profesional. Quienes lo llegan a tratar recordarán siempre sus palabras de aliento, los apoyos sin límite tras una actuación y la mirada luminosa con la que acompaña éxitos y fracasos. Amigo de sus amigos, mentor de niños y jóvenes músicos, hombre sencillo e íntegro, don Restituto marca una época de esplendor en la música religiosa local. En sus últimos años padece con entereza una cruel enfermedad, sin dejar de trabajar un solo día. El 6 de marzo de 1975 fallece y la ciudad llora su partida. Centenares de personas acuden a despedirle; testimonios de gratitud y cariño colman el templo. La catedral, enmudecida al tiempo que ensordecida por la música que en ese día brilla en ella, parece escuchar por última vez el eco de su batuta.

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Entre 1949 y su fallecimiento (1975), don Resti es maestro de capilla de la catedral de Cuenca

Un ejemplo que perdura.

El legado que a su muerte deja don Resti es mucho más que una colección de partituras, artículos o estudios; su verdadera herencia es el ejemplo de trabajo, sensibilidad y humanidad que ofreció. Hoy, su personalidad sigue presente en las historias de antiguos alumnos, en los recuerdos de quienes vivieron la música o el latín a su vera, en los extintos coros por él dirigidos e incluso en aquellos que, sin conocerlo, disfrutaron tangencialmente del esplendor musical que impulsó. Algún premio y múltiples reconocimientos humanos culminan una vida ejemplar agonizada hace ahora medio siglo. Pero su mayor logro fue sembrar la bondad y el amor por la música. En Cuenca, muchos siguen sintiendo el latido invisible de su buen hacer y el abrigo silencioso de su recuerdo.

Restituto Navarro Gonzalo (1912-1975) nace en Gea de Albarracín (Teruel), donde pierde a su padre y hermana durante su más tierna infancia. Su formación religiosa y musical comienza en el seminario de Teruel y se amplía en Valencia, estudiando con Ángel Mingote y Manuel Palau. Ordenado sacerdote en 1935, canta su primera misa en Huélamo, residiendo también en Cella y Celadas. En 1936 es nombrado coadjutor de Mosqueruela y durante la Guerra Civil actúa como capellán militar y alférez provisional. Finalizada la contienda ejerce como coadjutor en Mosqueruela, luego en Manzanera —allí funda una banda de música— y más tarde como cura ecónomo en Gúdar. En 1946 se presenta y gana la plaza de organista de la catedral de Segorbe. En 1949 gana la de maestro de capilla de la catedral de Cuenca, ciudad en la que desarrolla una intensa labor como director, compositor y musicólogo hasta su muerte. Su trayectoria combina vocación religiosa y musical, magisterio y minuciosidad investigadora al servicio de la comunidad.

LA TRIBUNA DE CUENCA