Aeropuertos: espejo tribal canicas artículos prensa

Hay espacios donde las personas muestran sus capacidades sin filtro; un aeropuerto es el escenario ideal para observar el desfile de identidades. Hace 20 años, cuando regularmente viajaba a Palma, atravesar una terminal era como participar en un safari social. Los equipos de fútbol, impecables y entrajetados, proyectaban una imagen que cautivaba a jóvenes y mayores observándolos con asombro; los grupos estudiantiles aportaban la pasión propia de los viajes “de estudios”, convirtiendo los embarques en fiestas contagiosas. Pero nada resultaba tan memorable como coincidir con grupos de jubilados; la facturación se transformaba en una agónica tragicomedia protagonizada por botellas de agua, correas metálicas o relojes olvidados, con sus interminables pitidos. Estos vuelos culminaban con el tradicional aplauso al aterrizar y los besos a la tripulación, sellando experiencias únicas para jubilados y azafatas.

Los años han trastocado los papeles generacionales. En varios vuelos que recientemente he realizado han sido los jóvenes quienes han interpretado las mismas comedias de idas y venidas en el control de seguridad —zapatos, pulseras, anillos, dispositivos electrónicos— que décadas antes asumía en exclusiva la aturdida tercera edad. Las vivencias fueron tan claras que me pareció revivir aquellos patéticos, largos y desesperantes momentos de triste pérdida de tiempo de antaño. Las torpezas, antes atribuidas solo a personas mayores, ahora se han distribuido entre todas las edades. El despiste —procede ser prudente con las valoraciones— y las impericias que suelen ahora bloquear la fila ya no entienden de edad.

Quizá el aeropuerto, ese gran espejo de la comunidad, revela una verdad incómoda: las peculiaridades que solemos asignar a ciertos grupos de edad son en realidad universales. Actualmente, la falta de recursos para actuar en sociedad es transversal y la paciencia un recurso escaso… aunque aún menos el tiempo. Tal vez debamos aceptar lo evidente: al viajar —¿¡vivir!?—, todas las personas se comportan un poco como jubiladas y el aplauso al aterrizar debería ser siempre una celebración por haber sobrevivido, una vez más, al circo humano en que hemos convertido la sociedad.

LA TRIBUNA DE CUENCA