Antonio Ripa añejas sonadas olcades 4000

Antonio Ripa (1721-1795);
un maestro de capilla errante
Antonio Ripa añejas sonadas olcades 4000
Algunas vidas custodian periplos con los que ya quisiera un novelista contar para su protagonista. Si se levanta el velo del tiempo en el altar mayor de la catedral de Cuenca sutilmente se distingue la figura inquieta de Ripa: maestro de capilla, compositor prolífico y, sobre todo, personaje singular en una España a medio camino entre el barroco y el clasicismo musical. Pero, ¿quién fue este aragonés, de nombre breve y genio azuzado, que amó y desafió a cabildos, llevando al límite la paciencia de media península?
Ya rebelde sin sotana
Bautizado en Tarazona el 27 de diciembre de 1721, Ripa nace a la sombra del Moncayo, influyendo quizás el frío del invierno en su carácter. Admitido como infante de coro a edad tardía —11 años; lo habitual era hacerlo a los 7 u 8—, muestra aptitudes singulares. Y es que entra al servicio del coro a la edad en la que habitualmente se abandona. Una primera ¿¡fechoría!? acontece a sus 19 años cuando se fuga con un compañero —Serrano— a Zaragoza. Ante el escándalo del cabildo de Tarazona, su amigo regresa siendo perdonado. Mientras, nuestro protagonista prefiere seguir perdido algunos meses más. Al volver, lejos de reprimendas es acogido con afecto. La actitud del cabildo se resume en: a Ripa, más que reprenderlo hay que comprenderlo. Así, al margen de premiarlo becándolo para que se forme en órgano en Zaragoza, en 1746 lo nombra directamente ¡su maestro de capilla!
El arte de la fuga perpetua
Sus años de magisterio son un carrusel de negociaciones. Apenas instalado como tal en Tarazona (1746), tantea nuevos destinos sin el más mínimo rubor. ¡Ripa en estado puro! Y usa una táctica infalible: avisa al cabildo de sus deseos de marchar a otro puesto sabiendo que esto se traducirá en mejoras salariales. El cabildo turiasonense, conocedor de su talento, acepta siempre sus condiciones para no perderlo. Pero cuando llega la posibilidad de ir a la catedral conquense, su pasión es más fuerte y tras una de las oposiciones más reñidas que se recuerdan, logra la plaza de maestro de capilla de Cuenca (1753-58). No por mucho tiempo puesto que tras 5 años de desvelos y alguna reprimenda por hacer públicas las letras de los villancicos navideños antes de presentarlas al cabildo, Ripa muestra nuevos deseos de cambio. Entre tanto, logra el honor de ser uno de esos músicos temidos por sus rivales y es que alguno, al saber de su candidatura a alguna plaza y dada su alta valía, opta directamente por retirarse.

Madrid, Sevilla…; tiempos de excentricidades
Una etapa en Madrid —tras abandonar el magisterio conquense obtiene la preciada plaza homónima del Monasterio de las Descalzas Reales (1758-68)— es prueba de reconocimiento institucional, antes de emigrar a Sevilla (1768-95) donde se le llegará a considerar un genio. En la corte, Ripa no solo coincide con lo más granado del entorno musical —A. Soler, A. Rodríguez de Hita—; incluso se le encarga prologar la famosa Llave de la modulación de Soler.
De Sevilla se conserva una anécdota ¿¡extravagante!? Empeñado el organero Bosch en que el nuevo órgano de la catedral que construye sea único en el mundo, llega a poner su propio dinero durante los 5 años que necesita para su empresa. Este es el mismo tiempo que Ripa tarda en decirle qué afinación debe darle al nuevo órgano para, tras el mismo, comentarle que debe estar ¡a una coma de distancia del otro! ¡5 años de espera para eso! El cabildo hispalense —afortunadamente— reembolsa al organero los 10 000 reales por él adelantados —¡importe equivalente al salario de más de 3 años del maestro de capilla!— durante el tiempo que Ripa ha “necesitado” para supervisar su construcción. El cabildo salda cuentas, sí, pero las famas de excéntricos y visionarios de organero y maestro de capilla se han fraguado ya para siempre.
Reconocimientos vitales
Al margen de en 1787 ser nombrado académico de la prestigiosa Academia Filarmónica de Bolonia, Ripa disfruta en vida del alto respeto de sus colegas, de la admiración de sus discípulos —destaca Manuel García, ilustre cantante del momento— y de una reputación incuestionable.

Sus composiciones
Entre sus encargos más curiosos, aunque ordinarios para cualquier maestro de capilla, está el de componer cada año villancicos navideños cuyo estreno es un acontecimiento en la catedral que genera una inusitada expectación. Su música es asociada a un dramatismo casi teatral. En una ocasión, durante la interpretación de un oficio de tinieblas, el público se suma a esta haciendo ruidos que simulan terremotos y temblores, espectáculo que busca evocar la trágica muerte de Jesús.
Jubilación, muerte y obra dispersa
Tras jubilarse, el cabildo de Sevilla le mantiene todos los privilegios hasta su muerte. Al fallecer (1795), la academia de Bolonia programa funerales a la altura del alto nivel que Ripa ostentó en vida. Sin embargo, su heredera, una pobre viuda, ciega y humilde, se ve obligada a vender sus cientos de obras llegando a desperdigarse por infinidad de catedrales y archivos españoles, mejicanos, guatemaltecos, … ¡siendo en el s. XXI un auténtico desconocido! Quizás la curiosidad más irónica es aquella que lleva a concluir que, aunque Tarazona y las Descalzas Reales fueron destinos relevantes en su vida, hoy allí no se conserva ninguna partitura suya. Su música, como su vida, pareció destinada a sobrevivir a medio camino entre el mito y la realidad.
¿Fue Ripa un genio incomprendido? ¿Un pícaro musical? Lo que está claro es que, cada vez que resucita una de sus partituras, es imposible no imaginarlo tramando, desde un atril, su próxima y definitiva escapada ¿a modo de fuga barroca?
Antonio Ripa añejas sonadas olcades 4000

23/09/2025