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Arturo Ballesteros es pianista, compositor… músico.

El horizonte que une memoria y música

El viaje artístico de Arturo Ballesteros es la suma de paisajes personales, evocaciones y encuentros que moldean una sensibilidad única. Su historia transcurre en presente continuo, nutrida por la escucha y por la memoria partiendo de un niño fascinado ante cada sonido, convertido pronto en adulto dispuesto a explorar sin fronteras. En su música habitan recuerdos, escuelas, maestros y escenarios que configuran muchas etapas, siendo uno de ellos especial, fuente esencial de su vocación y de su manera de sentir.

Primeras luces y raíces musicales

Nacido en Madrid, Arturo vive su infancia en Cuenca, ejerciendo la ciudad de catalizadora musical. En el hogar, el piano de cola y los vinilos de su padre, el reconocido arquitecto Arturo Ballesteros, inician el ritual sonoro que paso a paso, de manera sólida, irán labrando un perfil que jamás encontrará punto de retorno. Pero es fuera donde la pasión se convierte en proyecto vital. Las primeras clases particulares, el conservatorio y una academia de música de la ciudad amplifican el asombro y derriban límites: entre las paredes y pasillos, el joven Arturo observa, pregunta y aprende, quedando maravillado, por ejemplo, ante la guitarra de diez cuerdas de Ismael M. Barambio.

Salas, maestros y rituales compartidos

La educación musical de Arturo se cimenta en la asidua asistencia a conciertos celebrados en espacios significativos: la Casa de la Cultura, el conservatorio y, sobre todo, una iglesia reconvertida en estos tiempos en sala de música donde florece un ciclo anual de piano rico en encuentros y revelaciones. Allí, nombres como Esteban Sánchez, Misha Dichter, Dimitri Bashkirov o Rafael Orozco se convierten en rostros cercanos para él, siendo algunos de ellos incluso amigos de su familia. Por su parte, es su tía Carmen Aguirre la que le transmite el rigor y el amor por el piano clásico. Los recitales no son solo espectáculos, sino ante todo ritos de aprendizaje. El respeto por el silencio, la escucha apasionada y la proximidad con los artistas marcan el carácter colaborativo y emocional que va nutriendo, lenta pero sólidamente, su propio lenguaje.

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Arturo es el líder y pianista de Odojazz.

Geografía afectiva y educación de la sensibilidad

Más allá de la técnica, Arturo aprende a escuchar con el corazón. Esa geografía afectiva, tejida entre clases, conciertos y conversaciones con músicos y estudiantes, configura una visión profunda que años después aparece en su modo de improvisar y componer. La memoria de ambientes cálidos, acústicas inconfundibles y pequeñas anécdotas —en un recital, Arturo hace ruido con el programa de mano; más tarde, ya en el camerino, Bashkirov le señala que lo ha descubierto porque tenía “un ojo en la parte trasera del cuello”, regalando a ambos esa vivencia complicidad y una sonrisa imborrable— permanecen vivas en su manera de acercarse a la música: siempre con respeto, humildad y apertura.

El arte como itinerario: de la evocación a la creación

Enriquecida por influencias, estudios y encuentros, la vida de Arturo se expande en múltiples direcciones: conservatorios, academias, maestros como su tía Carmen y Eduardo Armenteros, estudios de composición e improvisación, becas y clases con artistas de jazz. Cada etapa incorpora el aprendizaje esencial vivido en la infancia; la atención al entorno, la riqueza del repertorio y el sentido de pertenencia musical. Sus proyectos —solistas y colectivos, como Odojazz— reflejan ese espíritu que busca unir tradición y novedad, rigor y creatividad, técnica y emociones. Así, Odojazz, uno de sus proyectos más sólidos y solventes, se presenta a modo de suculento collage en el que se dan cita arreglos precisos y originales suyos, con música brasileña y jazz, logrando una sonoridad elegante y camerística gracias al diálogo entre piano, clarinete, violonchelo y voz.

La música como memoria viva

Cualquier concierto, grabación o composición donde participa está, en cierto modo, atravesado por sus recuerdos de primera juventud: los olores, las voces, las salas y la admiración por los artistas venerados y cercanos. Su música ha llegado a ser calificada por Gersia Sánchez como “mediúmnica”, al considerarla dotada de capacidad para convocar espíritus, pero sobre todo reunir memorias, afectos y aprendizajes vividos en distintos escenarios y ciudades. La música para él es puente y raíz, es sentido comunitario y emoción compartida; nunca ejercicio solitario; siempre celebración colectiva.

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Arturo Ballesteros es pianista, compositor… músico.

Arturo Ballesteros nace en Madrid en 1967 y vive su infancia y adolescencia sumergido en ambientes musicales, primero en Cuenca, una ciudad que lo marca en profundidad, y luego en Majadahonda. Se inicia en el conservatorio y la academia del añorado Ismael Martínez Marín, al tiempo que asiste regularmente a ciclos de conciertos y clases que cimentan su vocación. Estudia en el conservatorio de San Lorenzo de El Escorial y en la Escuela de Música Creativa de Madrid. Asimismo, recibe formación de maestros como Carmen Aguirre, Eduardo Armenteros y Eva Gancedo, al tiempo que aprende jazz con Antonio Serrano y Germán Kucich. Lidera el cuarteto Odojazz y graba discos como Flores para Oxum (2007), A garota de Uberaba (2010) y Calle de la Fe (2016), además de Confluencias (2021), publicación que recoge varias composiciones suyas. Arturo ha sido definido como una diversidad creativa, un espíritu abierto y una memoria viva que sigue latiendo en cada nota.

LA TRIBUNA DE CUENCA