buffet libre

Hace mucho que no echo una bronca a mis alumnos, al menos tal y como hacía hace años. Y no quiero ocultar que alguna vez me dan motivos para tener que recriminarles actitudes y comportamientos no adecuados en un centro educativo. A fin de cuentas, son chavales de este tiempo, de esos que criamos al estilo buffet libre. Por ello, algunas veces intuyo que algo ha fallado durante su proceso de educación, ese que supuestamente tiene como fin «enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía». Hace años veía que a mis clases asistían chicos educados y maleducados; hace lustros aparecieron otros, esos que simplemente están sin educar. Y que conste que no tengo motivos para quejarme lo más mínimo a ese respecto pues mis alumnos representan a la flor y la nata de la juventud actual. Seguramente, su especial sensibilidad hacia el arte en general, y hacia las artes escénicas en particular, les empuja a, por sí mismos y si procede, suplir las carencias educativas sufridas y que han hecho mella en sus propias vidas.

Hace días un grupo estaba un tanto revuelto. Al entrar al aula, escuché a dos que venían especialmente exaltados y, llegado el momento de que una compañera iniciase su exposición, los otros diez callaron, pero estos dos siguieron a su bola, no siendo la primera vez que esto ocurría. Tras indicarles un compañero que la chica estaba esperanzo para empezar, ellos siguieron ignorando el entorno en el que estaban, ninguneando a la joven, a sus compañeros y a mí, claro. 

Dirigiendo mi mirada y mis pasos hacia ellos dos, sin alzar la voz, casi susurrando, pausadamente les dije: «Hay cosas que no se aprenden en el colegio, ni en el instituto… ni menos aun en la universidad. Todo lo relacionado con la deferencia o el respeto, ese del que estáis privando a vuestra compañera, se mama en el seno familiar y desde muy niño. Yo que vosotros barajaría la opción de, cuando regreséis a casa, pedir a vuestros padres el libro de reclamaciones pues, a lo mejor, alguna de las normas de educación y respeto que deberían haberos enseñado, no lo hicieron. Insisto, pensad en ello pues esa actitud vuestra no creo que os ayude jamás a derribar las barreras que vosotros solitos erigís en vuestras narices… y alguien debe asumir las responsabilidades de sus dañinas consecuencias». Bajaron la mirada, se hizo el silencio y la chica inició una exposición que, por cierto, fue magistral.

LA TRIBUNA DE CUENCA