Dudas ¿¡que ofenden!? canicas artículos prensa

Recuerdo un momento decisivo en mi infancia: cuando me enfrenté a 4º de Solfeo. Mi tío Restituto, mi primer y fundamental maestro, me matriculó en el conservatorio de Valencia. Allí estudié con Salvador Seguí, ya entonces un referente en todo el país. Desde el primer día nos inculcó rigor y dotó de herramientas para descubrir los enigmas que las partituras guardan. Una fue, por ejemplo, la caligrafía musical; nos animaba a escribir con precisión notas y símbolos, algo fundamental para que el músico comprenda y exprese realmente la grafía musical. En la actualidad, cuando algunos creen que la tecnología puede disfrazar sus deficiencias, dudo sobre si dicho recurso se valora adecuadamente. También nos acercó al folklore; nos enseñó canciones en castellano, gallego, euskera, catalán, etc. De hecho, todavía canto aquello de Aldapeko sagarraren adarraren puntan puntaren puntan txoria zegoen kantari quedándose mis alumnos vascos y navarros obnubilados al oírme haciéndolo, a su juicio, con pronunciación perfecta. 

Adorábamos a Salvador; aún lo recuerdo con debilidad. Su autoridad iba acompañada de cariño y entrega absoluta. Su exigencia era, simplemente, coherente con el compromiso por él asumido: preparar a sus alumnos para llegar a ser profesionales de la música que es —¿o debería ser?— el objetivo de un conservatorio. Actualmente, cuando comparto estas ideas con no pocos colegas, algunos me miran raro, como si defendiera teorías obsoletas, incluso barbaridades.

Aquel sistema, firme en que quien sabía aprobaba y quien no, no, animando al suspenso a buscar otro camino en el que brillase, fue un instrumento vital para nosotros. Salvador, con mirada exigente y sincera, nos transmitía algo parecido a: tú vales o tú mejor dedícate a otra cosa. Él, y muchos más, contribuyeron a formar infinidad de perfiles profesionales con tesón y singularidad. En tiempos de pedagogías buenistas y criminal sobreprotección, me pregunto: ¿Se acepta hoy que alguien hable con esa claridad y honradez intelectual? ¿Se impulsa con ahínco hacia la excelencia a los verdaderamente capacitados y se anima a los demás a descubrir el camino en el que sin duda podrán brillar y disfrutar durante toda su vida y no solo durante su etapa formativa? ¿Mi respuesta? ¿¡He sido claro!?

LA TRIBUNA DE CUENCA