El “quedabién” canicas artículos prensa

Confieso que, desde que recuerdo, el perfil del quedabién me provoca un irreprimible rechazo. No me refiero solo al de esa persona que busca agradar; aludo a quien convierte la simpatía superficial en estrategia vital alimentando su imagen externa y hacia terceros a expensas del daño que inflige a quienes le rodean regularmente. El quedabién improvisa sonrisas, frases y gestos de postureo con habilidad teatral innata. En cuestión de segundos puede pasar de criticar con saña a alguien que no está a su lado a celebrar con entusiasmo a la misma persona una vez que se ha encontrado con ella, dominando el arte de la falsedad con aparente naturalidad. Este comportamiento esconde y requiere práctica constante y sin cesura, más propia de un actor que de alguien honesto. Y lo inquietante es que, muchas veces, la gente cae en su trampa sin notar el trasfondo real de frustración que lo mueve. En otras el personal se percata de esa estrategia permitiendo al quedabién que siga siendo feliz en su particular mundo de yupi y sin comentarle nada… y menos a la cara, obviamente. 

A menudo, el quedabién suele justificar su actitud alegando que es cuestión de educación, cuando en realidad es el ejercicio máximo de cinismo e hipocresía imaginable. No busca el bienestar ajeno; su objetivo principal es proyectar el alter ego que le gustaría que los demás reconocieran en él, aunque esté lejos de su esencia real. Su actitud pone en entredicho valores fundamentales como la sinceridad y la coherencia, erosionando cualquier intento de auténtico diálogo. La paradoja es que, ante la presencia de terceros, no duda en sacrificar la confianza del más cercano para conquistar un aplauso efímero, dejando tras de sí relaciones heridas y desconfianza.

La autenticidad, ese bien tan escaso hoy, queda siempre en la periferia de su horizonte. Personas así alientan, aunque sea a través de la incomodidad y el desencanto, la importancia de una honestidad radical asentada en el vínculo con los otros. El quedabién proyecta una tara emocional que se alimenta de la aprobación externa e invita a preguntarse cuánto se pierde, en dignidad y verdad, cuando se permite que el postureo venza a la autenticidad.