¡Jubilación... o fichar sin cobrar! canicas artículos prensa

Hace poco coincidí con una pareja que se jubiló hace un año. Según me contaban, dos o tres años antes soñaban con su jubilación como quien imagina el paraíso. En aquellos tiempos, sus hijas, ya casadas y con descendencia, les “animaban” a prejubilarse, ¡aunque perdiesen dinero! Y es que ellas —y sus maridos— parece que les decían que no tenían ni un minuto de lunes a viernes —“para nada”— pues los hijos —nietos de los futuros jubilados—demandaban todo el tiempo del mundo. Por fin se jubilaron y las que iban a ser —supuestamente— jornadas tranquilas, con siestas interminables, cervezas al sol y ningún despertador que interrumpiese la calma, siguen esperando en el limbo ¿Quizá a la espera de que los nietos cumplan 15 años? ¿Mejor 25?

Según me decían, han vivido doce meses de agotamiento físico y emocional, con ojeras permanentes que parecen propias de carteles de “Se busca” —doy fe— y un cansancio acumulado día a día que no les da tregua. Me contaban que su jornada empieza a las 7:00. Al despertar, salen pitando a casa de la hija mayor donde los niños aún duermen. Hasta allí, la hija pequeña les acerca sus dos churumbeles. Conclusión: 2+2=4. A las 7:30 ya tienen a los cuatro a su cuidado y media hora más tarde él va de romería por el barrio llevando a los dos mayores a las guarderías —tras darles el desayuno, claro— mientras ella se queda custodiando a los pequeños a la espera de que un berrido matutino —me decían que el pequeño, a pesar de quererlo con locura, es un borricazo sin domesticar— sirva de diana al otro. A esas alturas de su narración yo ya tenía la cabeza como un bombo ¡y ellos se dieron cuenta! Pararon de contarme su vida y me dio la risa, máxime cuando salió a relucir el perro de la hija mayor, del cual también tienen que encargarse, claro. Ah, y cuando me dijeron que los fines de semana son los 8 los que se desplazan a su casa porque sus hijas —y yernos, claro—, están agotados y no pueden con su alma tras trabajar toda la semana, me quedé mudo.

Sus últimas palabras aludieron al gran error cometido cuando, tres años antes de jubilarse y cuando sus hijas no tenían todavía familia, él no acepto el traslado que le ofrecieron a Melilla ampliando su vida laboral. Ahora trabajan más que antes, disfrutan menos y cobran infinitamente menos aún. ¡Y me dio qué pensar! Y, ciertamente, nada bueno. Así que mejor me callo.

LA TRIBUNA DE CUENCA