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una crónica alegre

En el horizonte conquense de finales de los 70 unos jóvenes de la OJE recibieron de Fernando Cotillas, querido y añorado dirigente de esta asociación, la propuesta de elegir crear una banda de música o una tuna. Optaron por lo segundo con desorbitado entusiasmo y envidiable pasión. Así nació en 1977 aquella tuna, divertida, entrañable y apasionada que dejó huella no solo en sus integrantes sino en toda Cuenca. La guitarra y la pandereta se convirtieron, durante algún tiempo, en excusas para unos primeros encuentros acontecidos en noches traviesas y llenas de carcajadas. Tal derroche de juventud generó risas, música, sueños compartidos e historias que todavía son recordadas muchos años después con singular cariño.

Un nacimiento entre acordes y risas

De aquella propuesta surgió un germen musical que pronto se volvió leyenda. Los primeros ensayos, con guitarras prestadas y cuerdas al aire —¿¡desafinadas!?— estuvieron ya llenos de bromas y canciones ardientes. A Pascual Morcillo, Luis Triguero y Maxi debieron sus integrantes algo más que unas primeras clases; también la raíz del alma tuna, mezcla de disciplina y desparpajo que consolidó la agrupación.

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El turu, alma mater de la tuna de OJE.

Entre los fundadores estuvieron, al margen de otros, Pedro I. Gonzalo, José Page, Juan Carlos Bueno, Juanma y Lorenzo Aznárez, Aguas, Olalla, Virti, El turu, Quique Torrero, José Antonio y Pablo V. Legazpi, Ángel A. Araque o Epi. Más tarde, Calleja llegaría para enarbolar la bandera —elaborada por Dori; no ha de quedar este dato en el tintero— con tal garbo que más de una vez, tras escapársele de las manos, se pudo verla volar por encima de las cabezas de los demás merced al descomunal peso de su mástil metálico. Muchos otros se incorporaron después a la tuna; también el autor de este artículo quien durante años tocó sucesivamente la guitarra, el acordeón —llamado cariñosamente “armónica” por aquellos tunos— y la bandurria. Pero justo es señalar que fue posiblemente El turu el único que permaneció en ella durante toda su existencia, siendo además su responsable.

Aventuras, apodos y el arte de la ronda

Lo que empezó como juego pronto se volvió costumbre. Ensayos en el añorado Hogar Juvenil Sancho Dávila, situado en Diego Jiménez 8, y salidas por Cuenca, llenaron la tuna de personajes y aventuras inolvidables. Hubo siempre sitio para todo aquel nuevo aspirante a tuno —¿¡quizá también tunante!?— que estuviese dispuesto a unirse y a intentar —dicen que la intención es lo que vale— afinar con fervor y locura contagiosa. ¿La hora del comienzo de los ensayos? Clara para todos: al término del Un, dos, tres… responda otra vez, concurso ante el que sucumbía la sociedad en aquellos tiempos.

Serenatas con lista de espera

La tuna estuvo presente en Promesas de la OJE, Semanas de la Juventud, Festividades de San Isidro, Virgen de la Luz, rondas múltiples a las mozas más codiciadas por corazones y ojos tanto propios como ajenos. Circular por Cuenca y encontrarse con el alegre cortejo era garantía de sonrisa. Muchos padres abrían las puertas de sus casas a altas horas de la noche resignados a serenatas que, a pesar del “solo estaremos 10 minutos”, podían alargarse hasta más de una hora. La lista de espera para ser rondada en noches de gala sobrepasó desde el principio todas las posibilidades, al margen de asistir a multitud de bodas y eventos sociales.

Desplazamientos y celebraciones singulares

La tuna de OJE también animó fiestas patronales y celebraciones en El Picazo, La Almarcha, La Melgosa o La Roda, entre otras muchas. Se insistía en que las serenatas fueran temprano, pero las invitaciones habituales ofrecidas a la agrupación al término de estas, así como el buen ánimo, hacían que se alargasen hasta muy —¿¡demasiado!?— tarde, llegando en alguna ocasión a presentarse a rondar a alguna moza a las 5 de la mañana. La tuna siempre participó en la emotiva y tradicional Operación Baltasar que por Nochebuena solía llevar, de la mano de la OJE y al asilo de ancianos, sus canciones tradicionales, dulces navideños e imprescindibles villancicos.

Ingenio, indumentaria y la mítica guitarra yeyé

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En pocos meses, la tuna consiguió hacerse con sus trajes oficiales.

Los tunos de OJE vistieron al principio de calle llevando tan solo una banda. En el verano de 1977, con arrojo, arrendaron el bar del campamento de Los Palancares para recaudar fondos y, junto con lo obtenido por la realización de sobres publicitarios para UCD y para las elecciones de 1977, consiguieron financiar los trajes encargados a una modista de Villamayor de Santiago. Además, quedó dinero para comprar una guitarra, conocida como la guitarra yeyé, que llegó a convertirse en símbolo de la agrupación.

Instrumentos, voces y el arte de ondear banderas.

Inicialmente, en la tuna se tocaba la guitarra, la bandurria, la mandolina y la pandereta, siendo esta última ideal para los novatos y poco trillados en este peculiar mundo, jovial y camaraderil. Algunos de los tunos que fueron incorporándose después añadieron acordeón y violín. ¿Y las voces? Especialmente las solistas de Chupito, Félix Aceñero, Pepe Monreal, Ángel A. Araque, Pedro Pablo Morante o Rafa “el del Banesto” llenaron las noches conquenses de magia. La bandera, por su parte, culebreada con garbo por Calleja, siempre fue emblema casi tan famoso como la propia música, consiguiendo que la cruz potenzada y el león rapante, símbolos de la OJE, bailasen al son de pasacalles, mayos o serenatas entre alegría y caras de orgullo juvenil.

Comilonas, despedida y nostalgia de lo irrepetible

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Juanma y Calleja, referentes de la tuna.

Con la llegada de cada verano, este mágico ambiente se aderezaba con una fiesta dominguera que congregaba a los tunos, sus novias y algunos allegados, compartiendo langostinos, barbacoa, bebida y alegría, generando un ambiente difícil de imaginar por quien nunca estuvo presente. A mediados de los 80, el desalojo de la OJE del hogar Sancho Dávila marcó el comienzo del fin de aquella etapa. Cuarenta años después, sus integrantes recuerdan con morriña y emoción aquellos cánticos que triunfaban, emocionaban y contagiaban ilusión de vida.

La tuna de la OJE de Cuenca sigue siendo, a pesar del tiempo transcurrido, un símbolo de juventud, amistad y música para quienes la integraron o disfrutaron, así como para quienes la reviven a través de fotografías, cintas de sus capas o recuerdos varios. El que suscribe este texto, que vivió muchas de aquellas aventuras como tuno, ha de confesar que al teclear cada palabra del mismo el vello se le ha rebelado incontroladamente. ¡Nostalgia implica superación!

LA TRIBUNA DE CUENCA