El debate que actualmente se centra en la Ley de Enseñanzas Artísticas Superiores obliga a mirar también hacia los centros educativos, campo de operaciones en el que esta se deberá aplicar.
Por Fernando J. Cabañas Alamán
Real Escuela Superior de Arte Dramático
¿Qué es un centro educativo?
Todo proyecto exige que se analice el punto desde el que parte, así como los pertrechos con los que se contará a fin de ver hechas realidad las intenciones e ilusiones erigidas en torno al mismo.
En el asunto que nos ocupa, el de la promulgación de una ley que regule las enseñanzas artísticas a nivel superior, pocos —¡alguno habrá!; que nadie pierda la esperanza pues el ser humano es singular por naturaleza— dudarán sobre el hecho de que, aunque se pueda llegar a tener un marco legal apropiado y sólido, todo podrá quedar en agua de borrajas si no se cuenta con un escenario apropiado donde aplicarla. Y ahí entran en juego, entre otros elementos, los centros educativos.
Pero ¿qué es un centro educativo? Cuando utilizamos esta expresión, ¿a qué nos referimos?
Una búsqueda en las fuentes del conocimiento nos lleva a la inmediata idea de que aludir a ellos es hacerlo a establecimientos dedicados a la enseñanza. Si seguimos, encontramos que mentes sesudas afirman que es ‘donde se dan o reciben ciertos tipos de instrucción’.
Esta aparentemente sencilla u obvia definición obliga a pensar en al menos tres dimensiones vinculadas a los centros: la administrativa, la física y la educativa. ¿Es concebible la existencia de sólidas instituciones formativas que no cuenten, a su vez, con consistentes respaldos normativos, con recursos adecuados y con una comunidad educativa —profesorado y alumnado principalmente, en el caso que aquí ocupa— preparada, comprometida y debidamente concienciada?
De los tres parámetros señalados es indudable que hasta ahora contábamos con uno —¿o dos?—, un tanto recortado, e incluso con algún otro inexistente, pudiendo imaginar que, si fueran patas de un imaginario taburete, en este la inestabilidad estaría asegurada.
Horizontes de los centros de enseñanzas artísticas superiores
Antes de abordar los cambios que previsiblemente experimentarán los centros en los que se deberá poner en práctica esta ley, se antojan varias las reflexiones que, tomando al sentido común como referente, parece lógico tener.
La denominación y naturaleza de este tipo de centros, que tienen como fin la formación de profesionales, en primera instancia de la música, danza, arte dramático, conservación y restauración de bienes culturales, artes plásticas, diseño y, a partir de ahora, también de las artes audiovisuales, aviva además ciertas dudas.
Es lógico que la instrucción en cada disciplina sea objetivo prioritario, pero ¿debería ser el único? ¿No parecería igual de lógico formar, al margen de, por ejemplo y en el caso de los conservatorios de música —¡ejemplo tomado al azar, que conste!—, no solo pianistas u oboístas sino músicos integrales especializados en piano u oboe?
Otra duda. ¿Damos por sentado —¡¡¡!!!— que, en todos estos centros, junto a la formación recibida que previsiblemente un día permitirá a su alumnado vivir dela música, la danza, el teatro… se alienta desde el primer momento que también se viva la música o la danza disfrutando, en calidad de público, de forma permanente y regular? A mi juicio, depende en parte de la disciplina de que se trate. Ojalá los centros, en lo que a esta cuestión se refiere, mostrasen siempre la existencia de lazos estrechos con la sabiduría más racional.
Y sigamos. ¿Es descabellado pensar que una formación solvente y especializada en música, danza, etc., no debe estar reñida con una instrucción y sensibilización vinculada al arte en general y de carácter interdisciplinar? No se vean estas dudas como el deseo de herir sino como conclusiones que, al menos en mi manera de enseñar, intento que se sustenten en cohabitación estrecha con el sentido común.
¿De dónde venimos?
En pocos años, algunos de los centros de este tipo actualmente existentes en nuestro país cumplirán dos siglos de vida. Es el caso del Real Conservatorio Superior de Música (RCSMM) y de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), ambos de Madrid. Obviamente, muchas han sido las experiencias, sedes, modelos de gestión, etc. que en tantos años se han vivido en España desde la creación de estas pioneras instituciones.
No hace demasiado tiempo que algunos centros incluso compartían espacio con instituciones destinadas incluso a cuestiones no educativas (es el caso del RCSMM, de la RESAD y de los estudios superiores de danza de Madrid, ubicados durante décadas en el Teatro Real). Incluso, actualmente, son varios los conservatorios superiores que utilizan las mismas sedes que otros de nivel profesional (e incluso elemental).
Por otra parte, las normas establecidas en las últimas décadas, en lo que a dirección y gestión de centros educativos se refiere, posibilitan que al frente de estos haya personas especialmente cualificadas, en sus respectivas disciplinas, pero no siempre y en idéntico nivel en lo que a gestión de recursos económicos, humanos, materiales, etc. compete. Las normas dictadas al respecto en las diversas comunidades autónomas posibilitan que, sin criterio común, estos centros puedan contar, o no, con profesionales del mundo de la gestión o la administración ajenos al colectivo docente, asumiendo algunas (no todas) labores propias de ese perfil.
Como curiosidad añadida, propia de los lares en los que nos movemos, diré que hace no demasiados años me encontré con una titulada en Arquitectura que al saber de mi profesión con orgullo me comentó que su TFG había girado en torno a una propuesta de construcción de un conservatorio ubicado en el casco histórico de su ciudad. Cuando me dio detalles básicos del mismo descubrí que incumplía lo más elemental de la normativa vigente (en aquel momento el RD 389/1992, modificado luego por el RD 303/2010). Cuando le pregunté sobre si su tutor le había informado de que ese proyecto era inviable al incumplir flagrantemente la normativa más elemental, se puso a hablar del tiempo… y ese día llovía. ¿Mal de muchos?
Los centros en el borrador
El borrador que en estos momentos anda de mano en mano sobre la esperada norma (en 1970 ya la LGE dibujó tímidamente una ventana que permitió empezar a ilusionarse con ello) abre —¿esta vez sí?— puertas que, en el aspecto que nos ocupa, pueden dar afortunadamente un vuelco a la situación actual. ¡Al menos a niveles administrativos o legales!
El anteproyecto establece la autonomía organizativa y de gestión de los centros, así como la dotación de herramientas para poder responder desde estos, ¿rápida y eficazmente?, a las demandas sociales.
Por otra parte, muestra una especial sensibilidad, dado el doble perfil de las enseñanzas —superiores y artísticas— a la creación de supra centros interdisciplinares que permitan la creación de hipotéticos campus de las artes o la adscripción a las universidades, gozando de personalidad jurídica propia, sin olvidar lo que de positivo tendrá en cuanto al nivel de las enseñanzas de postgrado a ofrecer (másteres, doctorados específicos), la capacidad investigadora a desarrollar y la posibilidad de concretar planes de estudios propios.
Esto, que personalmente me ilusiona, me da sin embargo cierto miedo pues estoy plenamente convencido de que esa fortaleza y reconocimiento, que sin duda podrán adquirir estos centros, no necesitará simplemente una cobertura legal sólida, recursos adecuados, ni tampoco edificios bien dotados. Y es que serán personas —ojo, no solo responsables políticos ni técnicos de las administraciones, sino de manera muy especial los profesores— las que habrán de llevar a buen puerto las intenciones y posibilidades que se pongan en sus manos. ¡Y es ahí donde tengo mis serias y fundamentadas dudas!, aunque no es momento de abordarlas.
¿Hacia dónde vamos?
Hay un punto de inflexión, a la altura de las yemas de nuestros dedos, que es incuestionable y que puede dar previsiblemente un vuelco a estas enseñanzas. ¡Y eso es realmente ilusionante para todos los vinculados a ellas, tanto actualmente como en el futuro! Se dibuja ante nosotros un escenario que con voluntad, ilusión, imaginación, trabajo, generosidad e inteligencia —corto, para que esa relación de cualidades no se parezca a una carta a los Reyes Magos— por parte de todos los implicados, puede dar frutos granados y compensar los ya demasiados años de peregrinación por un camino cuasi desértico.
A partir de su aprobación, que es de esperar que se produzca pronto y mejorado el anteproyecto difundido, quedará en manos propias y ajenas su desarrollo y aplicación. Habrá cuestiones, relativas a los centros, que deberán seguir contando con energías foráneas a ellos… pero otras no. Somos conscientes de que, lamentablemente, en la sociedad actual muchas cuestiones son responsabilidad de los políticos, pero negar que otras muchas dependen de la comunidad educativa y en gran medida del profesorado, es propio de ignorantes o mediocres.
Se podrán crear los Consejos de centros y cepillarse los Consejos escolares, se podrá dotar de estructuras inimaginables hace tan solo lustros. Pero si los centros no dejan de ser instituciones y edificios en los que 50, 80 o 100 profesores coinciden dando clase sin una sólida coordinación académica y didáctica y tal situación se justifica con la no pocas veces demagógica libertad de cátedra o apelando a la condición de artista que caracteriza a los habitantes de estos centros, cambiará el continente, pero no el contenido. Y nuestro alumnado seguirá saliendo a la calle, tras años de estudio, en condiciones muy mejorables.
O ¿alguien de verdad duda que hemos de someter a los centros, también desde dentro, a revisión, análisis, mejora, etc., que haga a nuestro alumnado, el día de mañana, más competente, más sólido humana y artísticamente, más amante del arte en general… ¡más feliz!, en suma!?
Yo esa duda, al menos, no la tengo.