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Manuel Fernández González de Mendoza

(El arte de una vida entregada a la música)

Hay nombres que suenan a tradición. Si se escucha con atención, algunos también laten a travesura, a frío ganado en patios de piedra y juegos furtivos. Muchos niños sueñan con ser futbolistas; otros con pilotar aviones. Manuel —Manolo—, desde pequeño persiguió la estela de las voces, los ecos de los siglos que se colaban cada tarde entre los arcos de nuestra catedral. Sin grandes aspavientos, siempre soñó con conciertos imposibles y la emoción de tocar melodías prohibidas. Qué paradoja: en la rigidez de lo sacro germinaría una vocación artística flexible y tenaz, capaz de atravesar años, pruebas, exámenes y entornos, sin perder originalidad. Manolo aprendió pronto que la música es también un refugio: «Lo que más recuerdo de aquellos años es el frío que tenía siempre… y la sensación de libertad que me producía interpretar música de cualquier tipo».

Infancia y primeros pasos

Nacido en Zarza de Tajo (Cuenca) en 1942, forja su pasión musical desde niño, cuando el cabildo de la catedral retoma en 1949 la tradición de los seises, esos niños cantores que darán solemnidad a la liturgia. «Con 7 años entré a formar parte de los seises», evoca emocionado la prueba realizada para entrar, llevada a cabo en el coro mayor, como la más importante de su vida. Bajo la maestría de D. Restituto Navarro, en canto gregoriano y polifonía, y de D. Miguel Martínez, en piano, Manolo se sumerge en un aprendizaje riguroso que le enseña «a ser minucioso y escrupuloso en la interpretación». La estricta disciplina no frenará su curiosidad. Así, cuando va de vacaciones a Tarancón, en el piano de su prima aprende piezas ligeras que interpreta con destreza: «Yo tocaba esas obras sin que don Miguel se enterase; estaba animado a estudiar cada vez con mayor interés».

Su infancia está marcada por la contradicción entre el rigor musical y la alegría infantil: «Jugábamos al gua y al futbol… y a menudo se nos caía la pelota al río. Recuerdo las escapadas por la puerta pequeña del seminario para sentir esa chispa de libertad”.

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Constancia y descubrimiento

Don Miguel no le autoriza a estudiar nada fuera del método oficial, pero Manolo siempre encuentra cómo explorar otros derroteros estéticos. La insistencia de su padre será clave para que, 5 años después, se examine en el conservatorio madrileño superando todo el solfeo y 6 cursos de piano. Su formación continua en el Seminario Menor de Uclés, donde no solo acompaña con el armónium, sino que además ayuda en el coro e imparte clases de música a los compañeros de cursos inferiores. «Daba clases a mis compañeros; me sentía responsable de compartir lo aprendido».

Más tarde accede a los estudios de virtuosismo tomando clases con los prestigiosos José Cubiles y Manuel Carra, en una época en que cada viaje semanal a Madrid para ir al conservatorio supone un esfuerzo económico y personal considerable. «Cuando Cubiles no podía escucharme, me llevaba a su casa en la Plaza de Oriente y mientras él comía yo tocaba; desde lejos me corregía», añora con gratitud.

Del conservatorio a la vida profesional

Merced a una beca de la Diputación de Toledo consolida su formación en Madrid y realiza grabaciones, giras como pianista acompañante en orquestas y clases con la soprano Elsa del Campo. En 1969 obtiene plaza en Oviedo donde ejerce durante 7 años como catedrático de música en magisterio combinando la docencia con la musicología, la investigación sobre música prerrománica y románica asturiana, así como transcribe canciones populares y manuscritos antiguos.

En 1976 se traslada a Toledo donde, durante 36 años, continua su labor en la Escuela de Magisterio, prepara coros, dirige conciertos y participa en actos académicos y oficiales «como la investidura del rey Juan Carlos». En otro orden, «puse a mis alumnos a recopilar cantos de sus pueblos y ese patrimonio vivo es un monumento a la memoria colectiva de los años setenta», rememora con nostalgia.

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Legado musical y didáctico memorable

Desde siempre, Manolo ha sido mucho más que un excelente pianista y docente: un verdadero todoterreno del arte musical y sobre todo conservador de la cultura popular, tarea esta llevada a cabo a través de más de 2000 transcripciones de canciones, al margen de escribir libros y artículos aportando luz sobre el patrimonio musical toledano y español, impulsando también metodologías innovadoras en la enseñanza musical.

«La música es una forma de vida, una manera profunda de acercarse a los otros y de dejar una huella que trasciende en el tiempo», concluye una de esas bellísimas personas cuya carrera siempre ha sido reflejo de que la perseverancia, la disciplina y el amor al arte pueden transformar vidas y construir legados imperecederos.

LA TRIBUNA DE CUENCA