Personajillo infeliz Canicas Artículos Prensa

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Una vez acabada mi última clase decidí regresar a casa paseando, evitando calles concurridas, buscando la tranquilidad que demandan las vueltas que de vez en cuando damos a las cosas. Estaba, cuanto menos, desconcertado. El asunto que me tenía inquieto aquella tarde estaba relacionado con un compañero. Aviso: soy excesivamente generoso en el uso, aquí y ahora, de la palabreja «compañero». Lo conocía desde hacía años y no recordaba, hasta entonces, que ni una sola vez de las —¿20? ¿40? ¿200?— ocasiones en las que me lo había cruzado me hubiese saludado e incluso me hubiese dirigido la mirada. Hasta aquel día, varias hipotéticas razones rondaban por mi cabeza en relación con las causas de tal —¿supuesta?— ignorancia. ¿No sabría que éramos compañeros? ¿Era tímido? ¿Tal vez borde? ¿Quizá engreído? ¿Gilipollas?
Ese día, sin embargo, al cruzarme con él en el aparcamiento, estando solos los dos, ¡me saludó! Aluciné. ¿Por fin había resuelto sus dudas o caos interior? ¿Se habría visto abocado a ello irremediablemente por la situación? ¿Le habría llamado la atención mi cazadora, color de gafas o mochila? Al día siguiente, y al otro, y todos los que vinieron después me confirmaron la respuesta: había sido flor de un día. Él se lo perdía pues esa forma de ser, que posteriormente comprobé que era generalizada en él, aunque no con el alumnado, no es sino la propia de un ser amargado.
Días después, en una amigable charla con otro —este sí— compañero, relativa a la fauna que puebla nuestros centros, fuimos diseccionando a unos y otros. De pronto, me vino a la cabeza aquel personajillo y comenté: «Hay un colega nuestro que todavía no sé si es tímido, borde o imbécil». Sin dar más pistas, me cortó y, riendo, me dijo: «Las tres cosas a la vez». Dado que yo no había sacado a relucir su nombre ni dato alguno que lo identificase, le dije: «¡Pero si no te he dicho a quién me refiero!». Con una nueva carcajada me contestó: «Da igual; no puede ser más que Fulanito». Los posteriores 20 segundos que le dedicamos al menda no fueron sino para elucubrar en torno a lo infeliz que deben vivir esos seres que no tienen luz y que habitan en el más siniestro de los mundos grisáceos justificando su falta de brillo poniendo en tela de juicio a otros. Y acabamos riendo convencidos de que lo peor de estos seres es el enorme sufrimiento que, por voluntad propia, acumulan en un único cuerpo… y no precisamente serrano.
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14/04/2025