Villanos sin maldad canicas artículos prensa

¿Quién dijo que los grandes criminales llevan gabardina y tienen mirada torva? El hombre más buscado, en el Nueva York de los años 40, por los servicios secretos no era un mafioso sino un anciano de andar lento y manos temblorosas. Dicen que Emerich Juettner, qué así se llamaba, viudo y casi septuagenario, se convirtió en un fantasma siendo considerado el más torpe y entrañable de la ciudad. Sus billetes falsos eran tan desastrosos que parecían de broma. En ellos figuraba escrito Wahsington en lugar de Washington, con tinta que, además, se corría como si el billete llorara por su propio destino. Durante una década Juettner burló a todos repartiendo su particular arte por los rincones más insospechados, como si el azar y la necesidad fueran sus privilegiados cómplices.

Juettner no soñaba con riquezas; tampoco con titulares; solo quería sobrevivir. Cada billete falso era un pequeño acto de rebeldía contra una vida que le había negado todo menos la dignidad. Cada día encasquetaba a alguien un dólar. Nunca repetía sitio, como quien deja migas de pan para no perderse en el bosque pero de la miseria. Mientras, los agentes montaban operativos dignos de novela negra convencidos de que tras aquellas chapuzas se escondía una mente criminal prodigiosa y retorcida. Lo que encontraron, cuando un incendio lo delató, fue a un hombre con más miedo que malicia, más cansancio que culpa y una tristeza tan honda que la cárcel tampoco borró. El juez, contagiado por la ternura involuntaria de Juettner, le impuso una condena simbólica: un año y un día de prisión y una multa de un dólar. Así, el hombre que nunca quiso ser leyenda acabó pagando su deuda con la moneda más barata y cara a la vez: la compasión. 

Su historia nos recuerda que, a veces, la vida no es justa ni lógica, y que los verdaderos héroes no siempre llevan capa, ni los villanos son lo que parecen. No creo haber tenido en mis manos, jamás, un billete falso pero si alguna vez me cruzo con uno imperfecto me lo pensaré dos veces antes de actuar; quizá sea la última huella de alguien que solo quiso vivir a base de sueños de papel y al margen de la notoriedad que necesitan las legiones de mediocres frustrados que hoy nos rodean y que son inútiles por naturaleza.

LA TRIBUNA DE CUENCA