ABISMO

Moverse en determinados contextos y encontrarse a un reconocido actor, personaje público o líder de audiencias, no es en absoluto extraño. En esos momentos uno se siente acariciado por la diosa Fortuna y actúa como si le hubiese tocado el Gordo de Navidad. En esas situaciones, que el sorprendido agraciado vive de manera pletórica pero que el famoso lleva incorporado en su día a día simplemente por ser quien es, educación y prudencia no siempre se manifiestan, y menos por igual, en ambas partes de la fortuita y eventual pareja.

Una noche salía de ver una obra de teatro. A unos metros de la puerta del coliseo vi dos personas y reconocí inmediatamente a una de ellas. Era un famosísimo actor de habla hispana, protagonista habitual de películas y obras de teatro. Fiel a mis principios, sonreí hacia mis adentros y, sin más, seguí caminando. De repente, dos pasos más allá de lo anteriormente vivido, noté cómo un tercero, que superaría de largo las siete décadas de vida, se acercaba al reconocido artista saludándole con apasionamiento. A modo de acto reflejo el, en otros entornos, galán reaccionó de forma ordinaria, como si el señor hubiera defecado encima de su madre y lo mandó lejos, demasiado lejos. El pobre y arriesgado hombre se quedó helado al tiempo que, a mí y en calidad de mero espectador, se me cayó repentinamente un ídolo sin posibilidad de rehabilitación. Cierto es que el señor fue atrevido y nada prudente, pero el comediante en cuestión debería saber que si él come cada día es, en cierta medida, gracias al público y que es él mismo el que, a fin de cuentas, ha decidido vivir ese tipo de vida. Cuando entre el personaje y el humano que lo representa se abre un abismo tan profundo, no hay puentes capaces de unir márgenes. Cuando hay demasiada distancia entre la amabilidad o afecto del héroe y la soberbia o ingratitud del intérprete, una parte del público deja que este último siga su vida abandonando un sueño vivido que gira a repugnancia, asco o mera indiferencia. 

Yo, además y en estos casos, junto al rechazo más absoluto, siento pena por el famosete ya que, al margen de no saber dar muestras de agradecimiento, se ve obligado, en su día a día, fuera del escenario y de los medios de comunicación, a representarse a sí mismo: un ser ingrato, posiblemente frustrado, soberbio y a lo mejor incluso ruin.

LA TRIBUNA DE CUENCA