Recibo el mensaje de un joven. En él me dice que necesita comentarme algo con urgencia y que desea verme. Inmediatamente le contesto proponiéndole vernos en un par de días pero que, si lo desea, dado que le urge el asunto, podemos tratarlo por teléfono, correo electrónico o como considere oportuno. Sé que la mocedad de hoy en día, fiel a la inmediatez con que adereza su día a día, prefiere hablar por WhatsApp y cerrar los asuntos rápidamente. Sin embargo, me sorprende que me diga que no y que, a pesar de su urgencia, prefiere tratar el tema personalmente.

Dos días después nos vemos. Nuestras sonrisas son la primera seña que confirma que entre ambos sigue fluyendo esa química que siempre ha caracterizado nuestra relación. Tras el oportuno saludo y comentarios desenfadados que abonan el preexistente ambiente propicio, habla. Unos segundos bastan para que me percate de que el problema que le preocupa ya no es que, en esencia y a sus ojos sea una chorrada, es que a los míos también lo es. Lo malo es que la facilidad y rapidez con la que podría resolverse el asunto se ha encontrado inesperadamente con un muro. Otro adulto que le rodea, mediocre a niveles de doctorado internacional, con una permanente necesidad de hacerse notar, llamar la atención y meter cuchara en cualquier plato que por sus narices pasa, aunque no tenga ni idea de lo que reposa en él, lo ha complicado haciendo que lo fácil se convierta en complicado, que lo liso se vuelva rugoso. Me pide mi intervención, que obviamente tiene asegurada, aunque ello demanda lógicamente ignorar a ese ser que necesita permanentemente hacerse visible en todos los saraos. Estoy seguro de que quien creó el dicho ese de «culo veo, culo quiero» se inspiró en él.

Qué pereza da, de verdad, constatar regularmente que la vida podría ser tremendamente fácil pero que la permanente y no deseada presencia de mediocres, ociosos, intervencionistas, cantamañanas o bobos sin diagnóstico, en asuntos que ni les van ni les vienen, no consigue sino complicar las cosas. Estos, que son más intrascendentes que masticar agua, no consiguen sino, siempre, complicar la vida a los demás. ¿Para cuándo la vacuna? O al menos, ¿para cuándo la posibilidad de oficial y definitivamente mandarlos al lugar que merecen: la puñetera mierda? Esto sí es urgente. ¡Referéndum ya!

LA TRIBUNA DE CUENCA