Apestados Canicas Artículos Prensa.

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Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que hablar bien, expresarse acertadamente y transmitir de manera adecuada, verbalmente o por escrito, estaba bien visto. En mi etapa de colegio e instituto mis profesores se esforzaron a fin de que nuestra forma de comunicarnos fuese correcta y, si alguno erraba en aspectos gramaticales, semánticos, sintácticos, … éramos nosotros mismos los que nos apurábamos y cada cual, con las medidas a su alcance, intentaba corregir los fallos que sabíamos a ciencia cierta que eran propios de incultos e ignorantes.
Desde hace ya demasiado tiempo tal aspecto ha dado giros que aterran y hacen prever que a la vuelta de pocos años nuestra lengua no será, en términos generales y por parte de la mayoría, ni sombra de lo que un día fue y que, encima, el imperio de la mediocridad, de la simpleza más extrema o de la ignorancia superlativa camparán a sus anchas. Hace no mucho tuve la satisfacción de poder asistir a una representación de Gramática, obra del reputado Ernesto Caballero. Disfruté como un enano, al tiempo que la pieza posibilitó que me sintiese un pelín menos solo de lo que a menudo me encuentro por esos lares. En ella, a una empleada de la limpieza de la Real Academia de la Lengua le caen en la cabeza buena parte de las gramáticas que, desde la de Nebrija hasta la última de la RAE, allí se conservan, experimentando una transformación descontrolada. Tras el incidente, no solo se convierte en la más exquisita de las comunicadoras que sea posible imaginar, sino que además desarrolla un espíritu inquisitorial que le enfrenta a su entorno convirtiéndose en una apestada, al margen de infeliz, siendo marginada por compañeros, amigos y familiares. ¿El final? Mejor ver la representación y descubrirlo in situ.
Por cierto, además de recomendarla a cualquier amante de la lengua española, no estaría mal que la viesen esas ingentes legiones de supuestas personas formadas (periodistas, letrados, médicos, ingenieros, docentes y mil profesionales más) que están convencidos de que usan adecuadamente la lengua y, tristemente, no siempre es así y menos en la medida que ellos imaginan. Son estos tiempos esos en los que todo vale y en los que no importa qué digas o cómo lo digas; de hecho, lo que a la mayoría le preocupa es exclusivamente que se haya entendido lo que quería decirse. Pues nada, ¡a seguir! Los ignorantes se reirán y los «mediopensionistas» no se darán por aludidos ¿Los demás? ¡Ahí reside el problema!

20/01/2025
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