Don Víctor Canicas Artículos Prensa

Durante mi época como estudiante del Alfonso VIII había tenido algún contacto con él. Es más, fue mi profesor de Dibujo, pero siempre pensé que, quizá como muchos otros chicos, yo había pasado por su vida sin pena ni gloria. Por ello, cuando años después regresé a mi ciudad a vivir, al cruzármelo en cierta ocasión, concretamente en una feria de esas que congregan a centenares de curiosos, no le dije nada imaginando que no se acordaba de mí. De repente, fue él el que se interpuso en mi camino y me dijo: «Fernando, ¿sabes la satisfacción que es para un profesor que un antiguo alumno te salude y haga sentir que la labor llevada a cabo como profesor dejó huella en él?». Con no poco embarazo me disculpé diciéndole la verdad, que no era otra que la de estar convencido de que no se acordaba de mí y que, siendo él quién era, no procedía, a mi juicio, molestarle. ¡Qué mirada me echó!

A partir de ese momento, y aunque sin que nuestra relación llegase a ser la propia de dos íntimos, sí que coincidimos en diversos actos y siempre, entre nosotros, fluyó algo que hacía que compartiésemos de manera improvisada y natural anécdotas, inquietudes y lo que iba saliendo. En alguna ocasión quedamos en su casa para que me diese algo, quedando yo sorprendido al ver cómo se fundían en aquel espacio contexto y artista generando un ambiente difícil, al menos para mí, de describir. Pasado algún tiempo, volvimos a coincidir, ya de manera regular, formando parte de un reducido grupo de personas identificadas con el mundo de la cultura que quedábamos alguna vez a desayunar y charlar. Fue una época, no demasiado extensa en el tiempo, que recuerdo de manera muy grata sintiéndome un privilegiado al verme rodeado de personas que tenían mucho de qué hablar y que, sobre todo, despertaban interés e inquietud en los demás… algo que no muchos suelen conseguir.

Pasados los años, cuando buceo en mis recuerdos, me viene alguno relativo a alguna trastada que, como alumno del viejo instituto conquense, llevé a cabo siendo él jefe de estudios y que nunca llegó a vincular conmigo. En muchas ocasiones pensé en contársela, pero siempre dudé, seguramente con ciertas dosis de buen juicio, sobre cómo la recibiría… por lo que jamás se la desvelé. Y es que a fin de cuentas él era para mí una referencia a la que no quería defraudar, máxime habiéndome honrado, pasados los años y a pesar de la diferencia de edad, con su amistad. Un lujo para mí haber cruzado muchas veces sonrisas con el gran Víctor de la Vega, con don Víctor.

LA TRIBUNA DE CUENCA