Fortunato Saiz de la Iglesia. Texto publicado «La tribuna de Cuenca» el lunes día 23 de septiembre de 2023
Fortunato Saiz de la Iglesia. Texto publicado «La tribuna de Cuenca» el lunes día 23 de septiembre de 2023
El pasado 20 de octubre fallecía don Fortunato Saiz de la Iglesia, referente cultural, humano y musical de Cuenca. El 4 de abril de 1998 se jubilaba como profesor del conservatorio. A continuación, se reproduce parte de las palabras que en aquel acto le dedicó Fernando J. Cabañas, entonces director del mismo, a través de las cuales se traza una somera pero clara biografía del maestro.
«Cuando uno se acerca a figuras de la magnitud humana y sensibilidad como las de don Fortunato, un escalofrío recorre nuestro interior en busca de válvulas por la que liberar el enorme reconocimiento que todos les debemos, creadores de arquetipos humanos difícilmente igualables.
El 4 de marzo de 1933, en la localidad de Sotos viene a ver la luz un niño al que sus padres deciden poner el nombre de Fortunato en recuerdo de otro vástago anterior fallecido al poco de nacer. La familia, obligada a seguir los pasos del cabeza de familia, empleado este en la empresa constructora de líneas de ferrocarril, pronto ha de abandonar su pueblo para vivir durante 3 o 4 años en la línea que de Cuenca a Utiel se construye por entonces. Durante ese tiempo son las calles de Camporrobles las que ven dar los primeros pasos de nuestro homenajeado. Acontecimientos varios, originados especialmente por el estallido de la cruel guerra que asola nuestras tierras durante 3 años, motivarán el regreso de la familia hasta Sotos para, ya definitivamente, instalarse allí sin ánimo de volver a salir.
Sin duda, las octavillas que su recordado primer maestro —don Basilio Bartolomé— le pide que reparta entre los jóvenes y niños soteros, en busca de nuevas vocaciones que encaminen sus pasos hacia el Seminario de San Julián, hacen su principal mella en la personalidad de un niño que, aquel día, casi decide cuál habrá de ser el pilar básico sobre el que asentará su vida. Tras su ansiado ingreso en el Seminario, conseguido merced a la preparación que le da don Florencio Bartolomé, pronto impacta en su personalidad la actividad que el coro de tiples del Seminario realiza y del que infructuosamente aspira a formar parte ya que los rectores del mismo, inconcebiblemente, no detectan en él sus cualidades musicales.
Pero es en 1949 cuando un sacerdote y músico turolense, don Restituto Navarro, recién llegado al magisterio de capilla de la catedral, da al joven Fortunato el aldabonazo definitivo para que su vida transcurra a partir de entonces por esos dos raíles: religión y música. Es esta una época posiblemente irrepetible en Cuenca, dándose cita en torno a don Restituto un grupo de discípulos de la talla de Alberto Vera, Manuel Fernández González de Mendoza, Teófilo Alcantarilla —Theo Alcántara— o el propio Fortunato, todos ellos posteriormente dedicados profesionalmente a la música.
Tras don Restituto, otros vendrán a completar y modelar la formación básica y la ilusión recibida de su primer maestro hasta que, nuevamente por propia iniciativa y en contra de la voluntad de su segundo maestro, don Miguel Martínez Millán, Fortunato decida apostar por ingresar en el conservatorio madrileño. Así transcurrirán años de seminario en los que las dificultades del momento, las penalidades que debe afrontar todo estudiante y alguna que otra anécdota, curtirán su carácter y forjarán su talante. De aquella época, Fortunato siempre ha recordado con nostalgia la tensa situación vivida durante un ensayo de la Schola Cantorum del Seminario, dirigida por don Restituto. Y es que la insultante juventud de un grupo numeroso de seminaristas no tuvo otra forma de manifestarse sino en constantes travesuras y permanentes insubordinaciones mostradas hacia el maestro.
Los jóvenes terminaron finalmente con su paciencia quien, llevado por un irrefrenable impulso, puso fin a esta situación al convertir las mejillas de Fortunato en blanco fortuito de dos cachetes. Fortunato, consciente de que la provocación había llegado al final temido, llevado por su ya entonces envidiable sentido de la responsabilidad, hará ver a sus condiscípulos que la situación provocada no había hecho otra cosa que desembocar en un final imaginable. Lamentablemente, los bofetones llegaron a su cara en buena medida por el gran cariño y confianza que el maestro le dispensaba, sabedor aquel de que solo él entendería su verdadero sentido.
Tras su ordenación sacerdotal, Fortunato tiene claro que lo primero es su vocación religiosa… pero que lo segundo es la música. Allá donde va se desplaza con su piano. Las parroquias de Valdemoro de la Sierra, Valdemorillo, La Cierva, La Melgosa o Fuentes son escenarios de una gran labor pastoral que toca a su fin con su nombramiento como profesor del Seminario de Uclés. Pero es en 1968 cuando asume un nuevo destino pastoral: el Seminario Mayor de San Julián de Cuenca.
En 1979, la Diputación Provincial de Cuenca, embarcada en la tarea de dotar a Cuenca de un conservatorio de música, contacta con él para que asuma la enseñanza de Canto Coral, disciplina en la que él es ya un consolidado maestro.
Y es en 1980 cuando un grupo de aficionados al mundo coral, procedentes de condiciones sociales y musicales variopintas, fraguan un proyecto, nacido meses atrás en la dirección del conservatorio, que se presenta en sociedad bajo el nombre de Coro del Conservatorio. Desde entonces, una vez superados los temores iniciales que apuntaban al riesgo de que tal agrupación no superase el listón exigido a los coros parroquiales, Cuenca gozará de una agrupación coral de primer orden que se encuentra entre las más señaladas. Y si tal reconocimiento es el resultado del esfuerzo, desvelo y trabajo de un inquieto grupo humano, nadie discute que su magistral, e incluso en ocasiones férrea mano, será la guía que posibilite crecer un frondoso árbol que no era sino semilla poco tiempo antes, consolidando además una personalidad artística singular.
En su inquietud vital tienen cabida pasiones, no ocultas pero tampoco especialmente conocidas, como el teatro o el escultismo. En una y otra el maestro dará rienda suelta a sus deseos más íntimos de ayudar a los demás, a través de la formación, así como de propiciar en los más jóvenes lugares y actividades de encuentro, reflexión y ocio. Sus pasiones principales se verán definitivamente fraguadas en la segunda mitad de los años 70 cuando, tras la muerte de don Restituto, asuma el magisterio de capilla de la catedral para, después, hacer lo propio con las responsabilidades anejas a la comisaría de música del Cabildo catedralicio conquense.
No es descartable el hecho de que algunas de sus viejas ilusiones puedan por fin verse materializadas en el futuro. Quizá consiga su viejo sueño de profesionalizar el coro al que él mismo dio a luz, o retome su ya vieja pasión de crear en Cuenca una escolanía al estilo de las que antaño gozó nuestra catedral.
Él, que sin duda busca día a día, a través de la música, el contacto humano y la percepción de la belleza no creada por Dios, atendiendo así al deseo que le manifestó su santidad el papá Juan Pablo II durante su visita al Vaticano, siempre ha sido un referente para todos. Su labor callada, meditada, certera, al margen de ayudar a consolidar el reconocimiento social que la tarea docente necesita adquirir diariamente, ha servido para relanzar la vida musical y cultural de nuestra tierra».
Uno de sus textos de cabecera más señalados ha señalado siempre para él su horizonte vital:
¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.
Fortunato Saiz de la Iglesia. Texto publicado «La tribuna de Cuenca» el lunes día 23 de septiembre de 2023
Fortunato Saiz de la Iglesia. Texto publicado «La tribuna de Cuenca» el lunes día 23 de septiembre de 2023