Razones X canicas artículos prensa

Salí de clase directo a preparar la maleta; esa tarde me iba de viaje y, como manda la tradición (al menos, la mía), no tenía preparado ni el cepillo de dientes. De repente, sonó el teléfono. Número desconocido. ¿Colgar? ¡Jamás! Soy de los que creen que las mejores historias empiezan con un «¿quién será?». Además, si todo el mundo evitara llamadas de desconocidos, acabaríamos gobernados por ministros que, encima, solo cogerían el móvil cuando llamasen sus madres o amantes. Y, sinceramente, prefiero que el carro lo lleve alguien que, por lo menos, no se asuste por un número desconocido. ¡Imaginemos un concejal que no respondiese ni a su psicólogo!

Al otro lado, una veinteañera de León, tierra que para mí es sagrada: amigos, paisaje y, ante todo, cecina. Así pues, le di todas las posibilidades para charlar conmigo. Quería apuntarse a un curso mío y tenía más preguntas que un examen sorpresa. Yo, en modo profe zen, respondí a todo, incluso a lo que ya venía en el folleto que ella tenía. Lo simpático es que me daba las gracias cada dos frases. Y yo, que valoro la educación casi tanto como los bolígrafos gratis de publicidad, me fui animando a dedicarle más y más tiempo. Si me llega a dar las gracias una vez más, le regalo el curso y la nombro delegada de grupo.

Diez minutos después de colgar volvió a sonar el móvil. Ella otra vez. En esa segunda vuelta, además de agradecer mi tono simpático y desenfadado, me soltó: «Tú sí que eres atento, no como mi padre que, desde que se separó de mi madre, no me resuelve nada». Aquí ya me vi metido en un capítulo de terapia de pasillo. Sin conocer a la chica, y menos al padre, le solté una reflexión de las mías: «Por razones X, hay padres que se comunican mejor con los hijos de otros que con los suyos, lo que es tan habitual como triste. Además, por experiencia sé que dichas razones X suelen tener nombre y apellidos… e incluso perfil en redes». La chica, lejos de mosquearse, me agradeció hasta la reflexión. Y yo, que estaba a punto de pedirle el contacto del padre para descubrir al —presuntamente— desquiciado papi, pensé: «Mira que hay gente maja por ahí. Y qué poco miedo le tienen a llamar a desconocidos. Así da gusto, oiga».

LA TRIBUNA DE CUENCA